Desde antiguo, el aprovechamiento del bosque fue muy importante en toda la Meseta de Requena-Utiel.
De los abundantes bosques que ocupaban la mayor parte del territorio del alfoz requenense se extraía madera, leña, carbón, cal, bellotas, tedas y, desde la mitad del siglo XIX, la fornilla, garvas de leña de monte bajo que se aprovechaban como combustible para calentar los hornos de cerámica, alfarerías y hornos de barro en los que se fabricaban utensilios.
Las rozas de gran cantidad de lo que fue bosque, sobre todo en el siglo XVIII y XIX, para convertirlo en tierras de cultivo con destino al cereal, azafrán, oliveras o viñedos redujo la superficie del espacio forestal, pero se mantuvo y se mantiene todavía en los terrenos montañosos y abarrancados en donde no es posible el cultivo.
Hasta el inicio de la segunda mitad del siglo XX sirvió el monte como destacado recurso y medio de vida de numerosas familias aldeanas que poseían pocas tierras de labranza. Solían alternar su actividad jornalera con el aprovechamiento del bosque, haciendo unos de hacheros o leñateros, otros de carboneros o fornilleros, de transportistas con carros o arrastradores de troncos con caballerías, etc.
La fornilla era el conjunto de gavillas o garbas de leña de monte bajo que se aprovechaban como combustible para los hornos de cerámica de Manises y para las alfarerías u ollerías de barro pardo de Requena y Alaquás, en donde se fabricaban pucheros y distintos tipos de cazuelas para cocinar y las de Chiva, cuya producción era de lebrillos, orzas, cántaros y botijos. También hubo alfarerías de este tipo en Utiel. La fornilla era un tipo de leña arbustiva que ardía con facilidad y que era adecuada para la cerámica fina y para este tipo de alfarería de uso doméstico.
El aumento de fábricas de cerámica en Manises a finales del siglo XIX y principios del XX y la llegada del ferrocarril a la comarca en 1885-1887 propiciaron el que la zona de abastecimiento para los ceramistas maniseros se ampliara al territorio requenense inicialmente y posteriormente a toda la comarca, con el uso del camión como medio de transporte.
En la mayor parte de nuestra comarca el aprovechamiento de la fornilla estuvo generalizado hasta los años 60 del siglo XX.
La auténtica fornilla, la considerada de buena calidad, se componía de la mezcla de todos los arbustos que crecen entre los bosques de pinares que ocupan cerros, lomas, muelas, montes y laderas de ramblas y barrancos del territorio comarcal, terrenos dificultosos para el transporte y no aprovechables para el cultivo. Como materia prima abundaban el romer, la aliaga, la matuja, la coscoja, el chaparro, la carrasquilla o el carrasquizo, el enebro y la sabina arbustiva, el brezo y menos frecuentemente el lentisco y el buje o boj. No era extraño el que los fornilleros incluyeran para sus gavillas atochas y otras plantas menos habituales en el monte bajo. Incluso algunas ramas de pino pequeñas, cosa no bien vista por los comerciantes exigentes, pero que aumentaban el volumen y el peso de la recolección.
Actualmente, se añora la práctica de la actividad fornillera por lo que suponía para la limpieza de los bosques y como consecuencia el menor peligro de incendios. No obstante, esa limpieza era a veces exagerada y llegaba a ser esquilmadora, pues en garbas de fornilla no era raro que se fueran algunos que otros pimpollos de pinos jóvenes, por lo que los pinares eran menos frondosos en otras épocas, sobre todo en las solanas.
Para el atado de las gavillas o garbas de la fornilla se utilizaba una cuerda fina de tres ramales, confeccionada con esparto verde sin picar llamada cordeta, jareta o guita. La cordeta se vendía por madejas o por mazos. Cada madeja se componía de doce brazadas y cada mazo constaba de doce madejas. Cada fornillero gastaba al día un promedio de cinco o seis madejas de cordeta.
Los habitantes de nuestras aldeas y caseríos que se dedicaban al trabajo de la fornilla, es decir los fornilleros, pertenecían a familias de jornaleros o de labradores con poca hacienda que alternaban sus trabajos en el campo, sobre todo en recolecciones como la siega, la trilla y la vendimia, con el aprovechamiento del monte. Casi todos tenían en propiedad o a rento algún huerto o parcela de huerta donde cultivar productos agrícolas de autoconsumo, así como algunos pedazos de sembradura en huerta o secano para obtener trigo para el pan familiar y cebada para animales domésticos. En algunos casos de inmigrantes disponían como único medio para subsistir la fornilla y jornales en el campo.
La herramienta principal era la llamada azada fornillera, de pala estrecha y larga con la que se cortaba los distintos matorrales. Como complemento llevaban un podón y un hacha pequeña llamada hachuela. Para la carga de los camiones se usaban la horquilla y la gancheta.
El trabajo de los fornilleros era muy duro por lo áspero del terreno y por las plantas que se aprovechaban, la mayor parte de ellas espinosas (aliagas y matujas sobre todo). Cuando la fornilla en su mayor parte se componía de aliagas, habían de amortiguar los pinchazos envolviendo las garbas con algo de broza (hierba seca o verde). Los momentos más molestos eran al atar y al cargar en que habían de manipularse las gavillas. En invierno los hielos, el frío, el viento o la lluvia eran contratiempos con los que luchar y en verano el calor y lo bronco de las plantas en esta época.

No hay comentarios:
Publicar un comentario